“Autumn Leaves”
Por David Breijo
Hay canciones y piezas musicales que cruzan océanos y aposentan sus reales en ambas costas, la europea y la norteamericana. A veces llegamos a perder el concepto original y el sentido de distinguir dónde nacieron en verdad. Si hablando de “Summertime” ya rozábamos el vínculo entre el jazz americano y algunos rebeldes intelectuales franceses como Boris Vian, un ejemplo ideal para soldificar este vínculo franco-norteamericano es la inmortal “Les Feuilles Mortes”, tal y como se tituló en origen. O “Autumn Leaves”, título inglés que ha aparecido impreso en innumerables carpetas de discos a lo largo de casi 75 años. Las hojas muertas, las hojas de Otoño.
Oscar Peterson, el más popular de los jazzmen canadienses y del que dicen las crónicas que estaba asimismo dotado de una buena voz que pudo en algún momento haberle tentado a seguir el camino de crooner de Nat King Cole, adoptó la canción y raramente la dejaba fuera del repertorio de sus conciertos. Lo mismo puede aplicarse a Errol Garner o Bill Evans. Pero la tonada era una canción originariamente. Una canción popular, melódica. Una desgarrada canción de desamor (¿cuántas canciones de desamor se califican erróneamente como canciones de amor?) Nació para el pueblo en la voz del cantante y actor Yves Montand. Efectivamente, “Les feuilles mortes” era carne de chansonnier, la versión francesa de un crooner. Montand la interpretaba con cierta languidez etílica en el film de fatalismo romántico “Les Portes de la Nuit” en 1946 y aunque consta una grabación previa a cargo de otra destacada intérprete de la canción francesa, Cora Vaucaire, la voz de Montand fue el detonador. Y hasta hoy. De hecho, probablemente no hubo concierto de Montand en el que no tuviera que desenfundarla.
Compuesta por el popular dúo formado por el poeta e intelectual Jacques Prévert y el compositor húngaro de nacimiento Joseph Kosma, cristalizó en la colaboración de esta pareja de brillantes amigos, que se desenvolvió incluso durante la ocupación nazi en Francia, así como posteriormente.
Pero el éxito de la canción en Norteamérica desembarca con fuerza tras una brillante adaptación de la letra a manos del gran Johnny Mercer (“¿Moon River”, les suena?) y en la versión supracitada de Nat King Cole. La aterciopelada voz de Cole se incrusta en otra película a la que se titula de manera homónima a la canción: un melodrama protagonizado por Joan Crawford que retrata una tormentosa relación entre una mujer madura y un joven desquiciado.
Francia se convirtió una vez liberada en un crisol bien publicitado de libertades, casi utópico. Y los jazzmen norteamericanos, especialmente los negros, la contemplaban como un espacio de mayor autonomía en el que su piel no era lo más importante. Así se idealizó en libros, películas y, desde luego, en la propia música. Los jazzmen peregrinaban a aquel París mitológico: Miles Davis, Dexter Gordon, Dizzy Gillespie, Chet Baker , aunque este lo hiciera más bien empujado por sus adicciones que por caucásico tono de piel… Varios de ellos incluyeron en su repertorio este tema perenne sobre hojas muertas. Vale, oxímoron. Y las hojas muertas se fueron adaptando a todas las modas y tendencias jazzísticas: swing, bebop, cool…
Decíamos que hay canciones que cruzan océanos. En viaje de ida y vuelta. Océanos de Tiempo también, como decían en aquella versión de “Drácula”. Esas son las que llegan a denominarse standards, las que se vuelven lenguaje común para todo músico y placer ineludible para todo buen oyente. Y las incesantes versiones de “Autumn leaves” a lo largo de las décadas la sitúan en el Olimpo: a caballo entre las dos lenguas en la voz de la que fuera cantante preferida de Marlon Brando, Eartha Kitt, en el duelo de dos elegantes violines uno clásico y otro jazzy con Yehudi Menuhin y Stéphane Grapelli, la habilidosa combinación de folk, soul y blues prematuramente desaparecida que aportó Eva Cassidy o con esa cansada tristeza que parece acompañar a Slowhand Clapton. Eso es un standard: algo que da para todos y que todo gran artista puede llevar a su terreno. Hasta dio para adaptaciones al español que hoy son remanentes de nostalgia o de arqueología.
Si las canciones tienen el don de la resiliencia, de soportar el propio dolor que parecen contener y transmitir, “Autumn leaves” es vivo ejemplo y prosigue incorporada al repertorio del jazz. Hoy, en cualquier concierto al que acudas, puede aparecer de nuevo para tocar esos músculos que solo las grandes canciones de desamor desgarran. Pero también puedes adaptarla, manosearla en el buen sentido y jugar con ella como en este último ejemplo -uno de mis favoritos- a cargo del loco swing de Louis Prima y Keely Smith, aquella cantante a quién Sinatra apodó “The Engine” (o sea, “el motor”) por algo.