“El Padrino”
Por David Breijo
Si la comentamos con ligereza y una nota de humor casi sacrílego, una obra tan cumbre de la cinematografía como “El Padrino” bien hubiera podido titularse “La mafia también llora”. Porque es cierto que un efecto colateral de este magno drama, ambientado en una familia mafiosa de italonorteamericanos, fue la humanización y la mirada condescendiente, empática, casi absolutoria de los pecados y crímenes que se cometen a lo largo de casi tres horas de metraje.
Los gangsters se habían mostrado ocasionalmente en el cine norteamericano desde un punto de vista más o menos simpático u osado, en grado chulesco, pero por efecto de una censura real o de la autocensura de los autores, solían terminar condenados o muertos, expiando sus males. A veces, incluso a través de alguna clase de redención. El Cine Negro norteamericano de los años 30 está lleno de títulos así.
Pero en el año 1972 cuando se estrena la adaptación del best seller homónimo de 1969 firmado por Mario Puzo, un novelista para muchos bastante ramplón, el mundo mafiosi se vio bañado de una descarga que no puede ser denominada de otra manera que no sea “sentimentalidad”.
Y donde hay sentimientos hay melodrama. O sea Drama + Música. Y quién diga que puede evocar “El Padrino” de manera ajena a su banda sonora está sencillamente mintiendo, delirando o su memoria flaquea.
“El Padrino” sigue hoy, tras casi 50 años, en tantas y tantas listas universales de “las mejores películas de la Historia” o “1000 títulos que debes ver antes de entregar la cuchara”. Son listas ociosas en mi opinión, pero hay unos cuantos casos en los que algo tendrá el agua cuando la bendicen.
Hablando de la música del film en sí y aunque su director Francis Ford Coppola (futuro autor de “Apocalipsis Now”) hizo un pequeño hueco para que su padre, Carmine, encajara algún tema de creación propia, la música de “El Padrino” se llama Nino Rota.
Nino Rota, milanés de nacimiento, y alma melódica de la obra cinematográfica de Federico Fellini, corazón de magnas películas del aristocrático Luchino Visconti (descubran “El Gatopardo”, otra historia siciliana) entregó una partitura trágica, emocional y melódica. A su muerte, acontecida demasiado pronto, en 1979, otro gran autor de bandas sonoras, Miklós Rosza dijo de él: “como italiano era un auténtico melodista y no se avergonzaba de continuar escribiendo inspiradas melodías en un periodo en que sus contemporáneos se inclinaron más a experimentos intelectuales y a sonidos no musicales.”
Y claro, el tema principal, el tema de amor, ese tema con el que el propio Rota dijo “se acosó a los espectadores”, tras arreglarse en forma de balada popular, vendiendo lo que no está en los escritos y siendo interpretada por un ejército de cantantes pop en distintos idiomas y crooners blanditos, como el titular de la pieza, Al Martino, que tenía un pequeño papel al que volveremos pronto.
Situémonos a comienzos de los 70. En una Norteamérica convulsa (pocos lustros que no sean así), saliendo de Vietnam, con generaciones enfrentadas, luchas raciales, los crímenes de la Familia Manson, el escándalo Watergate, etc… los norteamericanos optaron por buscar en el cine un medio de evasión. Sin sorpresas: ocurre en todas las crisis, la fantasía se dispara. Mas en estos años, la fantasía se volvió en parte, nostálgica. Hubo un revival de adaptaciones de esas décadas pasadas, de otra América. Los años, 20, 30, 40, podían ser revisitados y revividos en el cine, pero ahora con menos censura que la que embridaba a las grandes productoras en aquellas décadas. No estamos hablando de que se idealizaran esas épocas. Pero sí de que se añoraba un cierto glamour, que había muerto bajo las protestas universitarias, el hippismo y el aroma a napalm.
Títulos como “El Gran Gatsby”, “Chinatown”, “El Golpe” o “Adiós, Muñeca” resucitaron en la primera mitad de la década de los 70, las eras antes citadas. Y “El Padrino” también estaba inscrita en principio en este ejercicio de nostalgia, pero mucho más que estos irregulares títulos citados, el film de Coppola se convirtió en un blockbuster, un film que todo el mundo encuentra tiempo para ir a ver, una historia en la que todos quieren sumergirse.
La banda sonora fue una ola de popularidad inagotable; film y música viajaron juntos por el imaginario colectivo. Y allí continúa. Nadie medianamente cultivado desconoce el tema musical de “El Padrino”. En innumerables idiomas. Los de más edad o mayor curiosidad arqueológica puede que recuerden incluso adaptaciones en español que garantizaban al artista un inmediato nivel de ventas en la época de los singles de 45 r.p.m..
Sin embargo, Nino Rota no alcanzó el Oscar en esta ocasión. Se desquitaría con la segunda parte del film, que incumple el tópico de que segundas partes nunca fueron, etc, etc… No lo ganó en esa primera ocasión porque Rota ya había utilizado el tema principal en un film titulado “Fortunella” en 1958. Distinto, con variaciones, pero esto incumplía igualmente una norma fundamental para acceder a la competición de los Oscars. Así que una música tan popular se quedó sin estatuilla.
Nino Rota nos lleva de la mano mientras asistimos a un drama acerca de la perdición de un potencial buen hombre, como es el Michael Corleone interpretado por Al Pacino cuando se abre el film. Michael parece tener una oportunidad de mantenerse razonablemente ajeno a la sombra criminal de su familia (o famiglia) pero el Destino le termina situando tras particulares vía crucis otorgados por su ascendencia siciliana, en la cúspide de su clan.
Asistimos también a un drama sobre la desintegración familiar, impulsada por la muerte, la traición en una dinastía del crimen. Y esta narrativa afecta sentimentalmente a millones de personas en todo el mundo y emociona, perdurando hasta hoy en cultura popular. Porque ¿quién no ha dicho alguna vez, “te va a aparecer una cabeza de caballo en la cama”? ¿O “vienes a mi casa en el día de la boda de mi hija”? ¿Queda alguien que no comprenda el significado de que llamen a alguien, “Corleone”? ¿Quién no conoce alguna chanza popular o parodia del personaje encarnado por Marlon Brando, cuya carrera estaba en un momento ciertamente mejorable? Y mejoró. Tanto que ganó su segundo Oscar por interpretar a Víto Corleone y él se permitió la chulería de enviar a una activista parcialmente india a recogerlo para que diera un discurso acerca de los maltratados derechos de la etnia americana y recriminar a la industria del cine el retrato de los indios a través de sus producciones. Los rostros de Liv Ullman, curtida junto al cerebral director sueco Ingmar Bergman y de Roger Moore, un James Bond recién estrenado, en la entrega del premio parecen decir “pase de nosotros esta misión”…
Como cierre, no me resisto a contar una de esas piruetas, una de esas anécdotas con las que se va forjando la intrahistoria del Cine. Mencionábamos antes a Al Martino. En el film interpreta a un cantante llamado Johnny Fontana, quién afronta un bache de su carrera que puede hundirle para siempre. Pide ayuda a Vito Corleone, su Padrino, lloroso, para que interceda y le entreguen un buen papel en una película. Don Vito lo logrará amenazando a su productor y decapitando a su caballo de carreras preferido (sí, era una cabeza de caballo real). Fontana es en el film un crooner, un cantante popular al que rápidamente se asimiló con el joven Frank Sinatra, quién en los años 40 tenía un ejército de bobby-soxers detrás. Así se conocían popularmente a las jovencitas que gritaban su nombre entre llantos y besos, veinte años antes de que eso fuera moneda común con Elvis o los Beatles. El nombre proviene, por cierto, de sus modositos y distintivos calcetincitos blancos. Cierto: a Sinatra nunca le gustó que le vieran reflejado en Johnny Fontana. Ni que se hablara de sus conexiones con la Mafia.
Sinatra tuvo su momento de casi irse a negro para siempre a comienzos de los 50; su voz flaqueó, sus contratos cayeron y él se agarró a la esperanza de que un pequeño pero jugoso papel en un film titulado “De aquí a la Eternidad” le diera el empuje necesario para volver. Su entonces esposa, Ava Gardner, mejor situada en la industria que él, llamó a las puertas adecuadas. Ava era mucho más bella que un gangster. Ese papel trajo de vuelta a Frank, con un Oscar al mejor actor secundario bajo el brazo, nada menos. Ese paralelismo sí existió.
Frank arrebató ese papel a un entonces joven y pujante actor llamado Eli Wallach, más conocido por ser el “el Feo” de “El Bueno, el Feo y el Malo”. En 1990 se rueda la tercera parte de “El Padrino” que no satisfizo a todo el mundo. Se hizo vox pópuli que Coppola pidió a Sinatra que aceptara el destacado personaje de Don Altobello. Sinatra lo rechazó, quizá porque aún guardara animadversión hacia el director que había logrado que los espectadores de “El Padrino” le tomaran por Johnny Fontana o porque, sencillamente, no quería avivar en sus últimos años, el debate acerca de sus amistades peligrosas. Adivinen a qué actor le dio el papel entonces Coppola… Exacto: empieza por “Eli” y termina por “Wallach”. Para que hablen del Destino… aunque el Destino acepte alguna manita que otra.