“Elegía”
Por David Breijo
Parece que, en las últimas semanas, la parca ha ido decidiendo por nosotros el asunto de estas publicaciones. Le ha tocado entregar la cuchara a Ennio Morricone, quien, como hace poco más de una semana sucedió con Johnny Mandel, ya tenía una edad provecta en la que los proyectos no suelen ir más allá del plazo de poder remover el Cola Cao de mañana sin luxarse el codo.
Escribir una despedida diferente a Morricone no es tarea fácil fuera de los tópicos de «queda la música», por utilizar la expresión popularizada por Luis Eduardo Aute, otro insigne caído en este año apestoso.
Desde la fecha del pasamiento de Ennio Morricone, no ha habido programa de radio ni podcast en el que, en caso de tener un pequeño apartado musical, no se haya rendido homenaje al maestro italiano. Maestro, mas no escribo maestro indiscutido, aunque ahora parezca que sí. Yo me acerqué a la lectura de la crítica cinematográfica española —y algo al ejercicio— en los años 80-90, y en esa época y en nuestro país, existía un nicho de opositores a Morricone.
Era, en gran medida, una oposición por oposición, valga la redundancia. Quiero decir que normalmente se oponía al gran y elegante Nino Rota ante Ennio, quien, para muchos, era un destajista que acumulaba bandas sonoras con sonidos casi improcedentes, entre absurdos y onomatopéyicos, que podían incluir hasta el nombre de un protagonista. La renuencia también provenía de que su éxito inicial en el cine estuviera vinculado a subproductos, a un subgénero: el spaghetti western.
Es este un subgénero abundante en una franja de tiempo cuyo nacimiento podemos situar en 1964 con Por un puñado de dólares y se pierde en las postrimerías de los años 70, ya en un exhausto ejercicio de cuentagotas y títulos irrelevantes. Pero tuvo su momento de gloria y popularidad. Y sus grandes piezas, para muchos, maestras. Y con su coartada cultural: Por un puñado de dólares era un remake nada camuflado del Yojimbo del maestro Akira Kurosawa (Hollywood también lo adaptaría al oeste con sus Los siete samuráis/Los siete magníficos) y, a su vez, Yojimbo era una adaptación al cine de la magistral novela negra de Dashiell Hammett Cosecha roja. La multiculturalidad no se inventó hace quince minutos, amigos. Pero era el spaghetti western un subgénero que vivía en oposición, más que en complementariedad, con el wéstern clásico: el parto venía de nalgas.
Así que, en España, Ennio era mirado por ciertos sectores críticos con displicencia. Por tener ese éxito de origen en un subgénero al que se le negaba el pan y la sal; también por el citado destajismo que, según algunos críticos, derivaba en un cierto autocanibalismo, una habilidad a veces poco disimulada para copiarse a sí mismo. Por Dios santo… ¡500 bandas sonoras! Firmadas por un solo hombre. Y eso que además tuvo otras actividades como conciertos o arreglos para músicos pop con frecuencia en la década de los 60 y en otros momentos de su carrera. Y supongo que también clases maestras, la familia, el partido… Porque como su amigo Sergio Leone, padre fundador del subgénero supracitado, y como casi todos los italianos que fueron el núcleo creativo del spaghetti western, estaba vinculado al PCI, el Partido Comunista Italiano.
Menos el porno, no creo que haya un género o subgénero que Morricone no musicara. Incluso rozó el erótico, muy suave y político. Fue este otro género que resultó toda una empresa italiana que todos tomamos en serio al ver a Berlusconi accediendo al poder y a Cicciolina, como eurodiputada.
Tampoco ayudó a mejorar la fama de Ennio en España que musicara La misión. Como alumno de los jesuitas, doy fe de que, en su estreno, el film fue un objeto de marketing audiovisual avant la lettre, adelantado a su tiempo. Lo que hoy se llama en redes sociales el hype, sucedió entonces, al menos en las familias cuyos críos acudían a colegios religiosos. Aunque fueran de la Teología de la Liberación, como en gran medida los más juveniles y díscolos discípulos de Loyola en aquellos momentos. La crítica vapuleó la película entonces. Ustedes son muy jóvenes, pero para los que movían los hilos al otro lado del muro, Juan Pablo II, Thatcher y Reagan formaban el tridente del mal y cualquier cosa que mirase con benevolencia a la Iglesia, pues… Pero al menos, La misión también ayudaba a mantener parte de la leyenda negra. Va lo comido por lo servido.
Pero el tiempo ha pasado. Nino Rota falleció mucho antes que Morricone, y este pasó a ser el santo y longevo patrón de la música para cine, hecha desde Italia para el mundo. Porque Ennio jamás abandonó Italia, aunque no cesara de trabajar para Estados Unidos. Pero también para Francia, Gran Bretaña o España. Y para lo que este prolífico autor decidía no musicar, tenía discípulos, acólitos e imitadores (a veces, las mismas personas) que se ponían manos a la obra. Y más barato, me atrevo a suponer.
Pero con el S. XXI y la decadencia de cierta crítica en España, así como con puntuales éxitos cinematográficos, la popularidad de Morricone se mantuvo. Y su vitalidad en el trabajo. Y su mitológica mala leche en las entrevistas. Y aquel pecado original llamado spaghetti western fue mirado con mayor benevolencia: uno de sus herederos, Clint Eastwood, pasó a ser tenido por uno de los últimos maestros clásicos del cine. Y uno de los últimos enfants terribles, mi primo de América, Quentin Tarantino —amante de todo subgénero y especialmente si es italiano—, ayudó a recuperar el interés por centenares de oscuros títulos para el cinéfilo común. Y con ello, indirectamente, por parte de la obra de Morricone.
Así que hoy, a casi todos se les humedecen los lacrimales con Cinema Paradiso, con su versión sentimental de la cinefilia y con su banda sonora; con La vida es bella y la versión popular de Noa; con la revisitación que el grupo Metallica hace del preclímax de El bueno, el feo y el malo, etc. Yo mismo tengo asociado, gracias a aquella Antena 3 Radio ochentera y a José Luis Garci en su apartado de hombre de radio, uno de los temas más populares de Morricone. Un tema que más de uno y de dos han utilizado hasta para despedirse en los funerales y minutos de silencio (ya no tan silenciosos), y que es muy difícil escuchar sin que la emoción aparezca.
Por tanto: Ennio vive, la lucha sigue.