“LA PANTERA ROSA. Main Theme.”
Por David Breijo
La música de Henry Mancini se entiende casi siempre como sinónimo de elegancia, actitud cool, finezza, humor, cosmopolitismo, baile y baladas. Sus bandas sonoras siempre estaban provistas de estos elementos, bien fueran comedias, melodramas o thrillers. Y su obra casi siempre lograba ser multiversionada en canciones pop que le otorgaban mayor fama.
Mancini, Henry Mancini. Con M de martini. Quizá, la bebida que mejor acompañe a su música. Menos impactante que un whiskey, más sugerente que el vodka; agitado o revuelto, pero servido a la temperatura ideal. La temperatura que hace que un hombre no necesite desprenderse de su chaqueta del smoking y una mujer no sienta frío en los hombros, que permiten ser vistos por su vestido de Givenchy.
Su madurez musical llegó en el momento adecuado, tras haber crecido bajo el ala de la mítica orquesta de Glenn Miller y su popular swing para blancos cuando aún rugía la II Guerra Mundial. Entró en el mundo del cine a comienzos de los prósperos años 50 y allí, aunque hiciera sus primeros trabajos con gigantes como Orson Welles, encontró en otro director a un alma gemela. Un hombre divertido, amante de los guateques, las mujeres, la elegancia y las clases acomodadas, si bien también supo reírse de esta capa social como nadie. Su nombre era Blake Edwards y su colaboración se alargó por más de treinta títulos durante más de tres décadas.
Dos tótems musicales se erigen sobre esta obra en común, en imbatible popularidad. Uno, el “Moon River” que escuchamos por primera vez en la lánguida voz de aquella mujer que exigía por contrato ser vestida precisamente por Givenchy en prácticamente todas sus películas. Audrey Hepburn silabeaba la canción a la par que rasgaba malamente una guitarra. “Moon River” bien podría ser -junto con “Yesterday”- la canción con más versiones de la historia del Pop. El otro tema es de raíz jazzística y creaba en nuestra mente, imágenes de un simpar felino capaz de caminar sobre dos patas: “La Pantera Rosa”
Tal era el nombre de un excepcional brillante rosáceo en el film homónimo. Y todo giraba alrededor de las aventuras de David Niven como un elegante ladrón de guante blanco intentando afanarlo en sofisticados escenarios como París y Gstaad, pequeña y lujosa villa suiza dónde tanto Edwards como Mancini aprovecharon el éxito para adquirir propiedades y rozarse con lo más nutritivo de la clase guapa europea de los años 60, 70 y 80. El contrapunto a Niven era un torpe policía, convencido de su propia genialidad: el incansablemente desastroso Inspector Clouseau, que elevó definitivamente a Peter Sellers a la categoría de estrella internacional del cine de comedia.
Con los divertidos títulos de crédito de “La Pantera Rosa”, Edwards y Mancini patrocinaron la creación de un dibujo animado diseñado por Friz Freleng, padre de criaturas como Porky Pig o Piolín y su inseparable “lindo gatito” Silvestre. Edwards suministró a Freleng tres estrictas indicaciones: “que no hable, que divierta y que… sea rosa”. Así entró por mérito propio en la categoría de icono pop, con esa pachorra tan suya al caminar y con una optimista manera de caer siempre de pie. Esa metáfora animal del brillante, del golpe perfecto y de los imperfectos golpes que el inspector Clouseau va recibiendo a lo largo de dos horas, les impulsó hasta ocho dispares secuelas cinematográficas, sin olvidar la mítica serie de dibujos animados para televisión que enseñó a generaciones de críos a reírse con un humor que rozaba el surrealismo. ¿Cuántos niños habrán aprendido también a ejecutar sus primeras armonías ante cualquier instrumento con el tema principal de “La Pantera Rosa”?