“Skyfall” & John Barry
Por David Breijo
Me resulta casi perturbador escribir unas notas acerca de “Skyfall” porque sé que ello derivará en escribir acerca de la música de la Serie Bond y soy escasamente neutral en ello. Pertenezco a una generación que descubrió al agente 007 con licencia para matar en la piel de Roger Moore, cuando el cisma entre los Conneryanos del Séptimo Día y los Mooreristas del Santo Divertimento ya había tenido lugar unos pocos años atrás, así como el alumbramiento de un breve australiano en un título con una banda sonora particularmente memorable para aquella gran aventura de Bond que supuso incluso un matrimonio fugaz y la viudez para el agente secreto.
En 1977 me colaron a una sesión de aquellas de “mayores de 14 acompañados” cuando yo aún no había cumplido esa edad. La experiencia de ver en pantalla grande “La Espía que me amó” —que a posteriori ha resultado ser el mejor título de la era Moore, justo en su hemisferio— me reveló no solo al personaje y sus modos, hoy tan denostados por su procapitalismo, su indeleble adhesión a la Corona británica y lo que hoy algunos llamarían machismo irredento, sino que me descubrió también un subgénero del cine de acción que había tenido su génesis con títulos como “39 Escalones” o “Con la muerte en los talones” de Hitchcock y que derivaría en el cine de acción puro y duro que nos ocuparía casi hasta el colapso en las décadas de los 80-90 y se prolonga hasta bien entrado el S. XXI. La ligereza, a veces aparente, del cine de acción, las buddy movies o películas de colegas, la grandiosidad de “Jungla de Cristal” y tantos y tantos ejemplos, no hubieran tenido lugar o no hubieran sido tal y cómo las hemos disfrutado sin la saga Bond abriendo camino.
En 1962, la fórmula creada por el productor norteamericano de ascendencia italiana Cubby Broccoli y su socio Harry Saltzman a partir de las novelitas del británico Ian Fleming, cambiaron cambió la historia del thriller y el cine de acción. Una eclosión aparentemente inglesa de alegría y violencia pop inspirada en una Inglaterra del “swinging London”, en la que los Beatles marcaban el camino acústico y se expandían en una invasión mundial. Lo de aparentemente es porque el capital y sus productores —-norteamericano Broccoli, canadiense Saltzman— emigrarían a Gran Bretaña debido a su gran éxito, pero su procedencia era externa. Es la versión cinematográfica del “uno no es de donde nace, sino de donde pace”.
Falta poco para comprobar si el COVID permite estrenar el último título de la saga, “No time to die”, en salas de cine. Algunos lo aguardamos tras el esperpento que supuso uno de los peores títulos y canciones de la saga, “Spectre”. Sí, ya sé que ganó el Oscar a Mejor Canción Original, me da igual: es peor que la que Madonna perpetró para “Muere otro Día”. Lo de “Spectre”, film del que solo se salva algún guiño a la era Moore y Santa Mónica Bellucci, fue mayor decepción tras haber sido “Skyfall” uno de los títulos más conseguidos de la era Craig.
A costa de parecer antipático he de reseñar que me pareció lamentable que en los discursos de Adele para agradecer que su composición de “Skyfall” fuera gratificada con el Oscar y un Globo de Oro, no se mencionara ni de pasada a John Barry.
Barry fue uno de los grandes, grandes compositores de bandas sonoras de cine desde comienzos de la década de los 60 hasta su muerte. Cinco oscars adornaban su vitrina por cuatro películas. Una de ellas le supuso doble premio ya que lo obtuvo tanto por la columna sonora como por la canción de “Born Free”, tonada que le debió suponer pingues beneficios, ya que fue multiversionada. Sus otros oscars fueron “El León en Invierno”, “Memorias de África” y “Bailando con lobos”, lo cual evidentemente le sitúa como uno de esos músicos populares al menos a nivel superventas. Esto sucedía cuando los discos de bandas sonoras eran adquiridos por más gente que los usuales coleccionistas. Pero la lista de títulos de sus obras es inagotable: “La jauría Humana”, “Monte Walsh”, “Midnight Cowboy”… aunque al mencionar este título aclaremos que la célebre canción “Everybody’s talking” no es suya.
La Serie Bond puso en el disparadero la carrera de John Barry. Hay una cierta discusión acerca de si el célebre tema del agente secreto es suyo o un arreglo a partir de una pieza de Monty Norman. Norman hubiera sido un autor cuyo trabajo no convenció a Broccoli y Saltzman, que tuvieron el ojo de otorgar a Barry licencia para componer el universo musical del espía. De ahí mi incomodidad con Adele: cuando por fin, tras medio siglo de espectáculo, la Academia reconoce una canción Bond, los autores no tienen ni la decencia de mencionar a John Barry.
Porque es cierto que otros compositores han pasado por ese universo, aportando: Marvin Hamslich (“El Golpe”), Bill Conti (“Rocky”) o los mismísimos Paul McCartney y George Martin, alias, “El Quinto Beatle”. Pero la columna vertebral de la Serie, el estilo, la vibración, es esencialmente debida a Barry. Y desde el mundo Bond se extendió: resultan innumerables las canciones pop cuya composición o arreglo “suenan a Bond”, son casi un subgénero en sí mismas.
En algunos momentos de su carrera John Barry se hartó de ser “la música de 007” y su filmografía y palmarés demuestran que tenía mucho más en su genio creativo. Pero es un emblema indeleble, una escuela indiscutible y, qué demonios, una gozada.
Desde aquel 1977 me las he arreglado para no faltar a mi cita en la pantalla grande con el agente 007. Ya he visto pasar casi tantos Bonds como Papas. Y a todos les he visto pros y contras. Al fin y al cabo, no se trata de rostros, sino de estilos, de los cambios que se han ido injertando en la serie con cada nuevo Bond. La saga ha ido adaptándose a la sociedad a la que intentaba divertir en su cita más o menos bianual. Sean Connery fue el canon clásico y tras el traspiés australiano (del que alguno se declara fan), Roger Moore aportó la seductora levedad que había cultivado con personajes televisivos como El Santo, adornándolo con ligereza y gadgets. Timothy Dalton es un estupendo actor que intentó recuperar la aspereza de Connery desde una estética de un joven Laurence Olivier, pero no le acompañaron los mejores guiones y otra gran crisis, la del SIDA. En la época Dalton, Bond liga menos que algunos cartujos. El miedo se había apoderado de la sociedad y del Cine. Con la llegada de Brosnan se hace lo más parecido hasta entonces a un reboot de la saga y, aunque vuelve a triscar un poco de cama en cama, logran incluso que James Bond deje de fumar.
Y con la despedida de Brosnan —cuya esposa, prematuramente fallecida, había sido una de las chicas Bond secundarias en “Solo para sus ojos”— entonces sí se acomete en serio un reboot o reinicio de la saga. El género de acción estaba en crisis, el de espías en acción más, y Bourne había llegado para imponer un estilo visual que la saga decidió copiar en determinados momentos para su buen debut con “Casino Royale” . Era la tercera vez que se adaptaba esta novela, por cierto. El espíritu de soldado de fortuna proletario de Bourne, sus escrúpulos para el crimen, su no deseo de tener una licencia para matar, impregnaron el thriller de espías subrayando ese capitalismo heteropatriarcal bondiano del que, sin embargo, hemos disfrutado tantos espectadores. Cuesta imaginar que Cubby Broccoli lo hubiera aceptado; su hija Bárbara, cabeza de la nueva era, sí. Y el Bond de Craig es un tipo que arrastra traumas y parece odiar sentirse élite: ante la pregunta de si quiere su Martini agitado o revuelto, Bond-Craig responde que le importa un carajo. Fin del glamour.
La música Bond también buscó actualizarse. Aunque, insistimos, Barry sigue ahí, bajo la piel. Una recomendación: si quieren disfrutar de las revisitaciones de las canciones Bond más clásicas, busquen el disco de David Arnold, quien regraba temas clásicos como “Desde Rusia con Amor” y logra que Iggy Pop se ponga ahí-ahí con el magnífico Louis Armstrong al versionar “We have all the time in the World”.
Y así como la Serie Bond generó copias, homenajes e incluso burlas, con su música aconteció tres cuartos de lo mismo y no me resisto a dejar esta pieza del frikismo del pop hispano: Los 3 Sudamericanos interpretan Goldfinger, uno de los mejores títulos de la saga.
“Goldfinger”, esa película en la que James Bond salva a Occidente con el rabo.
Sí, han leído bien. Pero esa es otra historia.